jueves, 29 de septiembre de 2011

Guerra entre los indios Simijacas y los españoles en el peñon de Moyba

No puedo entrar en esto capítulo sin quebranto de la poca curiosidad de los escritores de esta conquista, que tan de paso tocaron este suceso, siendo una de las empresas más dificultosas que se ofrecieron en el Nuevo Reino, la de allanar las naciones que por este tiempo se rebelaron; donde proceden tan omisos en lo principal que apénas refieren el Cabo que debeló las fortificaciones de los Sutas y Simijacas, sin hacer casi memoria de las personas que se ocuparon en aquella guerra, sino refiriéndolas confusamente debajo del nombre genérico de españoles, oscurecen los méritos de los que tan á costa y riesgo de sus vidas la emprendieron y concluyeron gloriosamente; pero habremos de pasar por este olvido como se pudiere y referir solamente aquellos pocos soldados de que tenemos noticia, como fueron Alvaro Suárez de Deza, Alonso de Olalla Herrera, Juan Gómez Portillo, Pedro Galeano, Nicolas Gutiérrez, Juan de Angulo y Pedro Barranco, siendo así que pasaron de ciento los infantes que siguieron á Juan de Céspedes en esta faccion. Esto supuesto, es de advertir que ántes y despues de la guerra del Tundama intentaron algunas provincias relevarse del pesado yugo de la servidumbre, ó porque naturalmente sea amable la libertad, ó porque el dominio de aquellos primeros conquistadores fué tan intolerable á los indios, que en los más pusilánimes introdujo brios para armar su propia flaqueza de un valor extraño y para tener por ménos mal perder la vida en el sangriento furor de la guerra, que sujetarse á extorsiones tantas como experimentaban en la hostilidad casera de la paz.
De éstos fueron los Sutas y Tensas, situados á la entrada de la provincia de Ebaté, que determinados á recobrar su libertad con las armas (último remedio en la desesperacion que se hallaban), ocuparon el peñon de Tausa, inexpugnable al parecer, porque próbida la naturaleza lo ciñó de peña tajada, dejando en su cumbre sitio espacioso y capaz para más de cinco mil indios de estas dos naciones vecinas, que se fortificaron en él con todas sus familias, víveres y pertrechos para muchos dias, fiados en que el sitio inaccesible de suyo los defenderia de cualquiera invasion enemiga, y que para la entrada, que era una sola y peligrosa, bastarían sus fuerzas, pues aplicando los tiros de sus armas y muchas piedras que previnieron, no intentarian los españoles empresa tan arriesgada y en que tenian por infalible su prediccion. Con esta noticia y la de que á su imitacion se iban alterando otras naciones, mandó Hernan Pérez de Quesada, Cabo que por entónces gobernaba el Reino, que fuese el Capitan Juan de Céspedes con dos compañías de infantes al castigo de los Sutas y tambien de los Simijacas, que con el mal ejemplo se habian fortificado en otro peñol no ménos áspero. Con este órden llegaron los españoles á Tausa, y habiendo reconocido el peñol por diferentes partes, solamente descubrían una entrada, pero tan derecha y de subida tan dilatada que no les pareció posible la empresa, aunque á la defensa se hallasen cuatro indios solos, respecto de ser la senda tan angosta, Que solamente podia ir un hombre por ella con el riesgo de que deslizándosele algun pié habia de volar muchos estados y hacerse menudas piezas: peligros todos que puestos en consideracion amedrentaran el Animo más arrojado para desistir del intento; mas en nuestros españoles hizo tan poca irnpresion, que todos los dias intentaban la subida en diferentes ocasiones, aunque por la defensa que aplicaban los indios con armas y piedras que arrojaban, desistian del empeño tantas veces como lo emprendian: y aun hubo dia que salieron tres ó cuatro heridos, de que otros escarmentaron para retirarse muchos pasos.
Con tan poco fruto se les pasaron como éste muchos dias, porque ni hallaban medio para la empresa en que no encontrasen riesgos notorios, ni convenía á la reputacion española desistir del intento hasta allanar el peñol: pues de no ejecutarlo así, seria ejemplo para que las demas naciones perseverasen en los sitios fuertes que habian ocupado, y los indios pacíficos tratasen de imitarlas en la rebelion, que empezaba á cobrar fuerzas en todo el Reino: y de allanar el peñol, que tenian sitiado, necesariamente habian de flaquear las esperanzas de los demas rebeldes, temiendo ver sobre sí el castigo que se ejecutase contra los Tausas. Forzados, pues, de este inconveniente, y haciendo pundonor de que no se les imposibilitase empresa alguna á su esfuerzo, determinaron proseguir la guerra y asaltar el peñol con más cordura que la que hasta allí habian mostrado, pues no tenia otro medio que el de subir por la senda que dijimos, y sal, poniéndose por delante un rodelero, y en pos de él una ballesta, y con esto órden enhilados los demas combatientes, y con los cuerpos inclinados á la tierra todo lo posible, por el riesgo de las piedras, dieron un dia principio al avance, á que los animaba mucho Pedro Barranco, mancebo de poca edad y mucho valor, que siendo la primer guía de todos caminaba con tanto brio, que no fueron parte los tiros de piedras, flechas y dardos para que se detuviese un solo punto ni suspendiese el paso que llevaba desde los principios; porque los ballesteros, diestros en aquel ejercicio, hacian en los contrarios daño bastante á desflaquecer algun tanto la oposicion: con lo cual procedia tan entero Padro Barranco, que ya se hallaba casi en parte donde sus manos pudieran ayudar mucho para una ilustre victoria. Mas, como no hay fortuna constante aun en las dichas más cortas, acaeció que una gran piedra de las que caian de la cumbre lo encontrase tan de lleno, que despeñándolo hasta lo más profundo del peñol lo hiciese pedazos con lástima de los compañeros, porque su valor descubria esperanzas de mayores hazañas.
Sin que esta desgracia llegase á engendrar temor en sus ánimos generosos, los irritó más á emprender la venganza, y aun quizá porque ayudaba mucho al intento hallarse en estado que la vuelta les habia de salir más peligrosa que la subida: por lo cual, sin desfallecer un punto, siguieron el camino comenzado, expuestos á cada paso á un fin lastimoso por la dificultad de la senda, de que no les convenia apartar los ojos, como por la cantidad de tiros y piedras que sobre ellos disparaba el fogoso ardimientó de los Mozcas, que unidos en su defensa se embarazaban con la multitud que concurria para el efecto, siendo su vocería tanto más importuna y crecida, cuanto más los nuestros se les iban acercando, pues socorridos de las ballestas con buenas suertes pudieron llegar á parte más anchurosa, donde haciendo alto, y apartándose unos de otros, hallaron la ocasion de venir á las manos. Aquí se empezó á desembarazar el valor de los españoles, mostrando cuán ventajosamente proceden las espadas de pocos contra las macanas y dardos de muchos: y este primer encuentro, á que ocurrió la mayor parte de los enemigos, fué causa de que hallando ménos oposicion, la infantería de la retaguardia pudiese por un lado ganar la eminencia, y acaudillada de Juan Gómez Portillo y Pedro Galeano, llegase en dos tropas á tan buena ocasion, que rompiendo á un tiempo por la multitud de indios, aunque en su defensa hicieron cuanto estilaba la disciplina militar de su costumbre bárbara, fué tan grande el estrago de las espaldas en los desnudos cuerpos, y el miedo que ya les habia ocupado los ánimos cortos, que en breve tiempo perdieron aquel muro inexpugnable de la naturaleza, que habian elegido contra el destino de su mala fortuna.
Como ya el temor no consentia discurrir á los Mozcas, que con la obediencia podian salvar las vidas y con el rendimiento evitar el peligro, fueron muchos los que pensando librar por los piés, se despeñaron de aquellos riscos: tan poderosa es la turbacion en pechos cobardes, pues cuando tiene presentes los riesgos, prefiere á los discursos los desatinos. Espectáculo tan lastimoso fué éste, que puesto á los ojos de los que se conservaban vivos, pudo enfrenarlos para no imitar á los muertos y para que eligiesen por ménos mal sujetarse á los que ya tenian por invencibles contra todas las máquinas del arte y de la naturaleza; y así, dejándolos pacíficos en sus poblaciones, y asegurados para lo futuro, resolvieron pasar la guerra á Simijaca, encomienda que gozó despues Gonzalo de Leon, cuyos servicios en Tierra firme fueron muchos, y por ellos mereció este premio, en que le sucedió un hijo de su mismo nombre, y despues su nieto D. Gonzalo de Leon Venero, de cuya ilustre prosapia, unida á la de los Guzmanes de Carmona, se conserva ilustre descendencia. Y aunque de las informaciones que Gerónimo Lebron hizo despues contra los conquistadores del Nuevo Reino, consta que los Caciques de Suta y Tausa, engañados de las promesas y seguridades del Capitan Juan de Céspedes, le dieron lugar para que con su gente llegase á la cumbre, y que la correspondencia fué coger los pasos del peñol y pasar á filo de espada la mayor parte de indios que lo ocupaban, no conteniéndose solamente con semejante estrago, sino pasando á despeñar nubadas de á quinientos indios juntos, tengo por más verosímil la relacion que hemos seguido de Castellános, en la parte que refiere este suceso, y por muy sospechosa la de quien sentido de que no lo admitiesen al gobierno del Nuevo Reino, tiró á despicatse apasionado de lo que no pudo conseguir ambicioso.
Allanados los Tausas y Sutas, como se ha dicho, pasó el campo español al peñol de Simijaca, distante más de catorce leguas, donde así mismo se habian fortalecido los naturales, por ser el sitio no ménos elevado y áspero que el de Tausa y en confianza de que no podría prevalecer su rebelion con la defensa anticipada, prevenidos ya de toda la vitualla que necesitaban sus tropas, esperaron el asedio de sus contrarios, asegurados de la victoria por la noticia que tuvieron de que la poca oposicion que hicieron los Tausas en la senda que tenia el peñol, fué la causa de su ruina: de que inferian que no siendo ménos estrecha y dificultosa la que tenia el fuerte que habian ocupado, les era empresa muy fácil no permitir que los españoles hiciesen pie en ella ni ganasen la cumbre de la suerte que habian ocupado la otra.
Así á lo ménos lo dictaba toda buena razon, si no militaran contra aquellas disposiciones humanas las fuerzas divinas, que declaradamente auxiliaban á los españoles, porque era llegado el tiempo de que por este medio que eligió la Providencia, se sembrase en aquellas tierras la semilla del Evangelio para coger Copiosa cosecha de predestinados. Por otra parte, discurrían los nuestros hallar medio para facilitar aquella faccion, y ninguno se le ofrecía de mejor calidad que el que habia logrado en el peñol de Tausa, porque este de Simijaca ni era ménos áspero ni tenian más camino que el que habian hallado los Mozcas de aquel país para fortificarse en él, siendo lo restante de peña cortada donde solamente se reconocia la diferencia de estar el primero en tierra limpia y escombrada, y levantarse ésta entre un bosque espeso, tan privilegiado entónces de la violencia, que encadenándose sus árboles unos con otros por medió de una cantidad inmensa de bejucos cuyos sarmientos correosos ligaban las ramas, lo hacian casi impenetrable á los rayos del sol y lo daban disposicion bastante para el suceso dichoso que diremos.
Los nuestros, pues, recelando estos inconvenientes, pusieron sus tiendas á poca distancia de la ceja del montecillo, y ántes de romper la guerra quisieran por buenos medios excusar los daños que forzosamente habian de seguirse á la obstinacion de los Simijacas, y así les dieron á entender que su intencion era de admitirlos de paz, asgurándoles que seria firme, y se pondria reparo á las quejas que justificasen tener de sus Encomenderos, pues aquélla era la intencion del Rey Nuestro Señor, y que de no hacerlo así, supiesen que la causa de las calamidades en que habian de verse seria la repulsa que diesen á los buenos partidos que les ofrecian, pues aunque más confiasen del sitio fuerte que tenian, no lo era más que el de los Tausas, ni eran más valerosos que aquéllos, y los que tenian de presente por enemigos eran los mismos que tantas veces habian triunfado de sus armas; recuerdo el más formidable, y que obra con más eficacia en hombres cobardes y acostumbrados á malas fortunas. Pero ¿de qué sirve esta prevencion, ni otras, en quien antepone la libertad á la muerte, porque sabe que no es vida la que respira al arbitrio de ajena voluntad? Despreciaron, pues, los Simijacas todos los partidos propuestos, escarmentados quizá en la quiebra de los primeros con que se dieron de paz; y confiados vanamente en sus armas, no solamente excusaban tratos con los nuestros, pero daban las respuestas con tiros en vueltos en amenazas, de que mal sufridos los españoles y desconfiados de que por buenos medios podria allanarse aquella nacion irritada, determinaron apretarla de suerte que la obligasen á recibir por fuerza los partidos que con tanta obstinacion despreciaban.
Seis o siete dias despues de esta resolucion gastaron sin fruto, probando á ganar la cumbre con asaltos contínuos, que no hacian efecto, porque era tanto el desvelo que los indios tenian de noche y de dia en defenderse, que sin perder punto en el manejo de las armas, mostraban que la pérdida de los Tausas más les habia servido de estímulo para animarse que de aviso para rendirse. El torbellino de piedras y flechas que descendia de la cumbre por instantes, era de suerte que al español más brioso hacia sacar piés, y áun pasara á más si no fiara del escudo cuanto perdia del ánimo; mas, considerando que todas las veces que acometian al fuerte provocaban á los Mozcas á que repitiesen los tiros de piedras y flechas, y que de la continuacion habia de resultar que se hallasen sin municion cuando el asalto fuese de veras, designio ó cautela que podia fiarse de la incauta barbaridad del enemigo, mostraban á cada hora semblante de combatir el fuerte, y consiguientemente los indios aplicaban su defensa con más brio, reconociendo que luego se retiraban sus contrarios, y sin discurrir que la que imaginaban cobardia era traza en que habia de consistir su ruina, como lo mostró brevemente el suceso, pues luego que sintieron los nuestros no bajar las rociadas de piedra tan espesas como á los principios, y que algo debia fiarse á la contingencia, bien armados todos de escaulpiles, espadas y ballestas, con rodeleros que les hacian espaldas, en la misma forma que acometieron á los Tausas, dieron principio á la empresa por la senda angosta que rayaba en los peñascos.         
Guiaba este avance el Capitan Alonso de Olalla Herrera, de quien ya dimos noticias, hombre resuelto y valeroso, sin que fuesen bastantes los tiros que recibia en el escudo ni para que desigualase los pasos con que subía ni para retirarle del firme propósito que llevaba de ganar la cumbre; pero poco ántes de llegar á donde pudiese aprovecharas de la espada, se le opuso una tropa de Gandules, que con picas tostadas le resistieron de suerte no al tiempo de mejorarse, á fuerza de botes que le dieron, y perdido el puesto en que no pudo sustentarse, fué precipitado desde lo más alto del risco; mas, con tan feliz suceso, afianzado en el favor divino, que coma las copas más levantadas de los árboles del bosque que ceñian la peña estaban engazadas de bejucos, lo recibieron en su densa trama, deteniéndolo para que no cayese sobre las piedras que lo esperaban en lo más bajo. Y aunque del golpe quedó helado de una pierna, en recuerdo del beneficio del cielo, escapó la vida, que gozó despues muchos años, dejando para memoria de suceso tan prodigioso el nombre del salto de Olalla, que se conservará siempre en aquella provincia.
Los cuatro compañeros que sucesivamente le seguian, de quienes eran Alvaro Suárez de Deza y Nicolas Gutiérrez, viendo á los Simijacas tan embarazados con Olalla y no perdiéndose de ánimo con el mal suceso, se valian de la jaras confiando en contrastar las resistencia que les hacian, hasta que á pesar suyo ganaron puesto, donde unidos pudieron usar de las espadas embarazando á los enemigos en tanto que llegaba Céspedes con sus infantes, que ménos impedidos de la oposicion á causa que los delanteros recibian toda la carga de los contrarios, los socorrieron en tan buena sazon, que á tardarse más, quedaran deshechos; porque viendo los indios que aquellos cuatro españoles tenian casi ganada la cumbre, y que en el rechazo consistia su libertad ó su muerte, cargó toda la multitud en confuso tropel con macanas, picas, piedras y bastones, y con furia obstinada avanó, de suerte que aunque los nuestros se hallaban necesitados de algun descanso contra el afan de la subida, hubieron de atender á lo más preciso; y así, habiéndose mejorado en cuanto pudo su diligencia, rompieron por el escuadron de los contrarios, bañan de las piedras de la sangre de aquellos miserables, hasta que ganaron la eminencia del Peñol Entónces, desesperados los Simijacas de hallar piedad en los nuestros, y viéndose perdidos donde se juzgaban invencibles, despreciando las vidas que por todas partes veían arriesgadas, pues tenian por mayor tormento la sujeción que la muerte (ó digamos que fué temor el que los movía, por que se agrade más la vanidad de los vencedores) se precipitó la mayor parte de ellos donde con su sangre dejó escrita entre los extranjeros la impiedad de los españoles, y entre los nuestros el fin lastimoso de su obstinación, y la provincia quedó tan sujeta, que en sus países no se han visto más señales de alteración

2 comentarios:

  1. Gran narracion, me gusto, son mis raices tanto españolas como indigenas, pero mi inclinacion, es por la indigena!;;

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  2. Grandes memorias de mis antepasados

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